martes, 27 de noviembre de 2007

Disfrutando de lo pasado

Hace poco, me entró la morriña de jugar a la Nintendo 64, una consola antigua, que no es ni de la generación pasada, sino de la anterior, pero echaba de menos juegos míticos como el Zelda Ocarina of Time o el archiconocido Mario Kart. Lo de esta consola es curioso, pues en su día fracasó y sucumbió ante el empuje de la Play, pero sin embargo, la que queda en el recuerdo de la gente con los años es la N64. Quizá la gente en su día no supiera valorar la calidad de la consola o su gran cantidad de adictivos juegos, y ha necesitado ver las cosas desde la distancia temporal, para darse cuenta de su error. Obviamente no voy a dar ninguna conferencia sobre consolas, pues soy bastante profano en la materia, pero el caso es que este hecho me hizo reflexionar bastante.

A menudo, en nuestra vida, nos ocurre exactamente lo mismo, pues damos muchísima importancia a algunos hechos que luego nos decepcionan, y otros que nos pasan prácticamente desapercibidos en el momento, son los que a la postre recordamos con cariño (o con pena, pero a fin de cuentas permanecen en nuestra retina). Tal vez sea por lo inesperado de eso acontecimientos, por la forma en la que nos sorprenden. Cuando esperas algo con impaciencia, generas unas expectativas muy altas, y estas, rara vez suelen estar a la altura, pues la imaginación no tiene límites, pero el mundo físico si, y aquí es donde empiezan los problemas. Si esperas un concierto con ansia, el día del mismo te cansarás mucho, el cantante no cantará las canciones que querías o desafinarán. Si te compras el coche de tus sueños, descubrirás que no corre tanto como esperabas o no es tan cómodo como habías soñado…Pero sin embargo, hay otras cosas que nos sorprenden gratamente y que son las que de verdad nos marcan. Desde un sábado con tus amigos en el que hiciste algo parecido a lo de siempre y sin embargo te lo pasaste genial, hasta esa camiseta que te compraste en las rebajas de hace 5 años y que te sigues poniendo siempre que puedes porque te sientes ya identificado con ella a más no poder. Quizá sea cierto entonces en cierta forma lo de Dios proveerá, pues a veces parece ser mejor dejar que las cosas lleguen por si solas, a buscarlas e ilusionarte con ellas previamente.

A ver, con esto obviamente no quiero decir que no haya que tener ilusiones ni expectativas, pues sino, nuestra existencia sería bastante desalentadora. A lo que me refiero es que no hay que vivir únicamente por ellas, sin darle la oportunidad a los pequeños guiños que nos hace el día a día de sorprendernos o impactarnos. Quien sabe lo que recordaremos del año 2007 dentro de unos años…

viernes, 23 de noviembre de 2007

Un adiós es un adiós

El otro día quedé con un amigo que hacía tiempo que no veía. Me llamó diciendo que necesitaba hablar con alguien, que lo estaba pasando mal. Quedamos en un bar, uno nuevo que han abierto recientemente en el barrio. Está bastante bien. Es acogedor y la música es buena, qué más se puede pedir...
Koldo (nombre ficticio para mantener el anonimato) llegó cinco minutos tarde.

- Lo siento, he perdido el metro, la señora de delante ha tardado mil años en sacar el creditrans - me dijo.
- Tranquilo, cosas que pasan, yo también acabo de llegar- añadí para restar importancia al asunto - Bueno, cuéntame, que te ha ocurrido…
- Bueno, el caso es… que me ha dejado mi pareja…- dijo con la voz quebrada
- ¡Qué dices! Pero si llevabais más de dos años- dije sinceramente sorprendido
- Dos años y medio exactamente, para ser más concretos…

La verdad es que la noticia me sentó como un mazazo a mi también, se les veía tan felices juntos que no me lo hubiera imaginado nunca. Me vinieron a la cabeza cantidad de recuerdos que había compartido con ellos, las cenas, las noches de fiesta, los viajes…De hecho, me resultaba imposible rescatar un recuerdo en el que no me los imaginara unidos. Recordé los meses antes de empezar a salir, me contaba que le gustaba, que quería mantener una relación…luego llegaron las primeras citas, el primer beso, las pequeñas crisis… Todavía estaba viendo el día en el que me contó que habían hecho el amor por primera vez, ambos eran vírgenes y estaba tremendamente emocionado, no era para menos al fin y al cabo… Mientras rememoraba todo esto mi amigo seguía hablando de lo mal que lo estaba pasando. Lógico, tanto tiempo juntos, ya no puedes imaginarte la vida sin esa persona. Has hecho proyectos de futuro, has pensado en formar una familia, ¿En el matrimonio? Porque no, en eso también. En fin, cuesta empezar de nuevo, es como hacer un esfuerzo terrible para aprender a andar, y cuando ya has conseguido, olvidarlo y tener que volver a recorrer todo el camino, con la diferencia de que los ánimos ya no son los mismos, estás tocado, y cuesta levantarse de esa clase de golpes. El hablaba y yo escuchaba, pero en ese momento, me sentía tremendamente identificado con él, pues quien más quien menos, ha pasado por situaciones similares. En fin, no me quedó más remedio que recurrir a los tópicos de esta clase de situaciones, tan machacados que ya todo el mundo se los espera…No te preocupes, ya encontraras a otra persona, hay que mirar al frente…en realidad no consuelan absolutamente nada, pero tampoco puedes quedarte cayado…En fin, no se las horas que pudimos pasar en ese bar, ni las copas que nos tomamos, pero cuando finalmente terminó de desahogarse, le di un fuerte abrazo y nos despedimos esperando que la próxima vez que quedáramos, fuera por un tema más amable. Pobre chaval, lo pasará mal una temporada, pero, aunque sea un topicazo, no deja de ser verdad, tiene que recuperarse ahora y encontrar a otro chico, empezar otro proyecto. Ah, por cierto, mi amigo era gay, pero… ¿Acaso cambia algo ese hecho?

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Misterios de una vida

Pasan las horas, los días, los años. Envejeces y envejecen contigo tus ilusiones de antaño. Van cayendo como las hojas de un árbol en otoño, lenta pero irremisiblemente. Las abandonas, porque duelen, duele recordar que no las pudiste llevar a cabo, que dejaste cimas sin alcanzar, y ya es demasiado tarde. Admites tu fracaso. Las fuerzas te abandonan, vas olvidando, y poco a poco, paulatina pero irremisiblemente, tu mundo va adquiriendo un tono salmón, todo parece sacado de una foto antigua, que no hace sino sumirte más en la desesperación, en esa cárcel interior de tu vejez. Una mañana te despiertas, y la notas a tu lado. Su mano fría te acaricia con deseo, y esa sensación de inquietud y resignación ya no te abandonará más. La muerte es una mala compañera de viaje, incómoda y pesada, pero aun así, no la puedes dejar tirada por el camino, será ella la que te abandone a ti cuando llegue el momento, cuando carezcas de energías, de ganas o de ambas para seguir su ritmo. Es curioso, sabemos que ese día llegará desde los primeros momentos de nuestra existencia, aprendemos lo que significa con la pérdida de nuestras mascotas, de nuestros abuelos...más tarde llegarán los padres, los amigos...y aun así, a pesar de todo, es la única lección que nunca somos capaces de asimilar, no logramos entender que nuestra presencia aquí no es eterna, que somos criaturas frágiles con fecha de casualidad. No lo admitimos con la naturalidad que debiéramos, cuesta, las lágrimas lo demuestran. Durante toda tu vida has construido algo a tu alrededor, poco o mucho, pero fascinante en cualquier caso, y aceptar que tienes que abandonarlo para siempre...duele. Poco consuelo es que lo que hayas hecho por siempre quedará en el recuerdo de los que aquí dejas, pues en el fondo sabes, que ellos también están abocados al mismo fin. ¿Y después qué? El cielo, la nada...según a quien le preguntes, aunque nadie posee la certeza absoluta. Lo único seguro es que ya no será en este mundo, del que tanto nos quejamos y al que tanto odiamos y sin embargo tan apegados nos sentimos. Lógico, después de todo es nuestra casa, y como en casa no se está en ningún sitio. Aun así...la muerte no deja de ser un viaje interesante, que solo realizarás una vez en tu vida. No es posible recordar el momento del nacimiento, ¿Seremos capaces de quedarnos con el de nuestro final? Preguntas sin respuesta, al menos, sin respuesta convincente. Esperar toca pues, para descubrirla cada uno, esperar mientras pasan las horas, los días, lo años...

martes, 20 de noviembre de 2007

Escupir, un vicio ilegal

Tengo una extraña manía, me encanta escupir a la gente a la cara. De verdad, disfruto un montón con ello, porque noto como me relaja y me alivia las tensiones. He intentado superarlo muchas veces, pero cuando veo una cara delante, al final no puedo resistirme y caigo en la tentación. Lo más divertido, es que mis victimas no pueden hacer nada por defenderse, pues para cuando se quieren dar cuenta, un hilillo de saliva recorre su rostro, caminando lenta pero inevitablemente hacia su camiseta. Esta lúdica actividad, se vuelve realmente entretenida cuando alguien previamente me ha confesado que lo que más detesta en el mundo es que le escupan. Entonces, procuro guardar una gran cantidad de líquido en la boca, antes de proceder a embadurnarle la cara con una maestría innata. Sin embargo, me encuentro con un enorme problema para la practica de esta sana (aunque un pelín asquerosa) costumbre, pues es ilegal, y puedo ser multado por llevarla a cabo. Es más, me jugaría un capuchino (que es algo bien rico y bastante asequible) a que si escupiera a alguien dentro de un bar, en menos de dos minutos habría dado con mis huesos en la calle (y con algún merecido tortazo de regalo).
Pues bien, me quejo. Me siento discriminado por la ley y por supuesto, por la tolerancia de la gente. ¿La razón? Muy sencillo, a mi no se me deja llevar a cabo mi al fin y al cavo inofensivo entretenimiento, mientras al resto de la población, se le permite mantener su mortal y pestilente vicio. Vamos, que pueden “aromatizarme” impunemente con el humo de su tabaco. Fijaos hasta qué punto llega el agravio comparativo, que se consiente antes el ejercicio de una actividad dañina para la salud publica (a la par que asquerosa) antes que algo dañino para la moral, pero inocuo para la salud (aunque vale, asquerosa también). Pongámonos en situación, para comprender el alcance de este absurdo. Yo entro en un bar (y no del que me han echado antes) y me siento en la barra, hasta aquí todo normal (exceptuando el hecho de que una maloliente y molesta cortina de humo me impide ver la decoración del local con claridad y mis ojos se quejan amargamente en forma de lágrimas). Me pido un capuchino (el que previamente he ganado con vuestra apuesta) y cuando me dispongo a disfrutarlo, un chico (o chica, que aquí igualdad para lo bueno y para lo malo) se me sienta al lado y se enciende un cigarrillo (obviamente, ni se molesta en preguntarme si me molesta que fume, me ahorra el esfuerzo de responderle dando por hecho que no me importa…). Yo le pongo cara de estar a disgusto, pero parece que en su poco desarrollado cerebro mis gestos no tienen efecto, (tal vez sea ciego, hay que contemplar todas las posibilidades) y acaba echándome el humo a la cara. Lógicamente, espero un reproche generalizado por parte de los presentes, pero cual es mi sorpresa, que todo el mundo sigue a lo suyo, como si nadie hubiera reparado en la terrible falta de respeto de la que he sido victima. Aún anonadado, y tratando de evitar que otra nociva bocanada acabe en la cara de tonto que se me ha quedado, le pido amablemente que no me eche el humo del tabaco, que me molesta. Comprenderéis que mi asombro es mayúsculo cuando el sujeto, lejos de disculparse, me dice que no sea tan borde, que no es para ponerse así, y para colmo, los mismos presentes que había permanecido impertérritos hasta ese momento, le dan la razón (el mundo al revés, se protege antes al maleducado que al educado, así nos va…). En fin, desesperado ante tamaña injusticia, decido que yo también quiero disfrutar un poco, y le suelto un escupitajo en su jeta simiesca. ¿Resultado? Acabo en la calle antes de adivinar de donde ha venido cada uno de los insultos y castañazos.
Analicemos lo ocurrido con detenimiento. Durante el tiempo que he permanecido al lado del sujeto, un tercio de los efectos perjudiciales del cigarrillo que se ha fumado, me los he tragado yo, aumentando de forma considerable mis posibilidades de contraer varios tipos de cánceres, problemas respiratorios, y diversas formas de morir en general. Por supuesto, para no olvidar lo ocurrido, comprobaré al llegar a casa, que mi ropa huele a autentica tasca de pueblo (y no porque huela a chorizo y queso precisamente), y que airearla durante horas se revela imprescindible. Por otro lado, el sujeto al que yo he escupido, a sentido los efectos del escupitajo durante los exactamente 15 segundos que ha tardado en coger una servilleta y limpiarse la cara. Os puedo asegurar, que en el futuro no le quedaran secuelas físicas del incidente, y por supuesto, que el día en que un forense certifique su muerte, no determinará jamás que la causa fue un escupitajo (yo más bien diría que las causas apuntadas sería, en un alto grado de probabilidad, los efectos de esa droga que todos conocemos, y que el gobierno permite que se consuma a mayor ritmo que los caramelos).
En fin, aún así voy a mostrarme tolerante con esos pobres idiotas que consideran que Philip Morris, y demás amigos del tabaco no están suficientemente forrados, y desean seguir engordando sus incalculables cuentas corrientes con sus Euros, y lo que es mucho peor, con su salud. Yo aceptaré que se me siga impidiendo escupir a la gente con la condición innegociable de que al menos, en los sitios cerrados como bares o similares, se prohíba terminantemente fumar. Que estoy de acuerdo en que ellos no tienen porque “tragarse” mis escupitajos, pero dad por hecho, que yo no tengo por nada del mundo que soportar sus malos humos. ¿Acaso no es justo?

Luces en la noche


Como sumida en un interminable letargo, dormida en medio de una noche fría y desamparada, que asusta con ruidos extraños y formas fantasmales. Así se encuentra la esperanza en medio de esta sociedad mezquina y desalmada. Individuos hay muchos, cientos, se hacen notar a diario. Buscan protagonismos que no les corresponden y tratan de recibir favores y respetos que no merecen. Pisotean al prójimo, venden a los demás y se venden a si mismos. Son simples prostitutos del capitalismo, de ese injusto motor que mueve el mundo. Ese mundo enfermo en el que vivimos.

¿Y las personas? Eso es otra cosa, de esas no quedan muchas. Personas capaz de olvidarse de si por un momento y pensar en los demás, dispuestas a aportar su granito de arena para que la llama de la solidaridad no muera. Personas que mueren por sus ideales, o por defender a otras, o simplemente personas desinteresadas…En fin, personas como tales, bien entendidas. Escasean, e incluso a veces parecen extinguidas, pero cuando más desanimado estás, cuando el último rayo se apaga y la penumbra te invade, lees un pequeño artículo marginado en el periódico, ves un acto noble en medio de la calle o intuyes algo tan nimio en apariencia como puede ser una mirada de compasión, y entonces vuelve a ti la luz, una luz tenue, como la de una vela en medio de una habitación, pero todo cambia. Ya no te sientes solo, el frío deja de acechar por unos instantes y la claridad, escasa y tintineante, pero esperanzadora invade tu vida haciendo su visión un poco más amable. Son solo eso, pequeñas luces en la oscuridad, pequeñas luces en la noche…